Penelope Lively. Vida en el jardín (trad. Alicia Frieyro Gutiérrez. Madrid: Impedimenta, 2019)
La preciosa y fértil tapa (las flores son de la ilustradora Katie Scott) y el título del libro de Penelope Lively (busquen los sinónimos de su apellido, búsquenlos…) me impelieron a regalárselo a una jardinera. Poco después, en cuanto lo empecé a leer, vi que era más que un camino de rosas; mucho más que un libro sobre jardinería.
Vida en el jardín es, como la hierba de burro (Erigeron karvinskianus), una especie invasora pletórica de anécdotas; invasiva como una uña de gato llena de crasas digresiones; como una hiedra que trepa por todas partes y de la que cuelgan historias y más historias; como una mimosa llena de savia que arraiga en cualquier sitio y florece de literatura. Inaugura una nueva forma de mirar el mundo: el jardinocentrismo y desde este prisma percibe la sociología, la geografía —me atrevería a decir incluso que la filosofía—, el sentido común y la vida; además, claro, de la botánica; plantas, árboles y humildes o monumentales jardines, y las manos que los faenan.
En las quince escasas páginas de la introducción tiene tiempo y espacio para hablar, entre otras cosas, de la feracidad de la naturaleza (tenemos que confiar en que, en última instancia, salve el planeta).
Y en mi caso está, además, la sensación de perpetuo asombro que me producen ese frenesí por medrar, la tenacidad de la vida vegetal, el dictado imparable de las estaciones.